La Scripps Research Institute, en Estados Unidos, publicó en la revista científica 'British Journal of Pharmacology' los estudios realizados con ratones adictos al alcohol, en ellos vieron que las señales que se asocian al alcohol durante la abstinencia son mucho más intensas y fuertes que las adquiridas a lo largo de las fases iniciales de su consumo, lo que va a provocar que las ganas de beber sean más irresistibles.

 

El doctor Friedbert Weiss, primer autor de la investigación, cuenta que, "ya sabíamos que el ansia producida por los estímulos ambientales suele intensificarse con el tiempo en el trastorno grave por consumo de alcohol, pero nadie había desmenuzado, tanto a nivel conductual como neurobiológico, por qué ocurre esto hasta ahora".

 

Se estima que 14,5 millones de individuos sufren de un trastorno por consumo de alcohol en Estados Unidos, dentro de esta cifra se incluye toda una serie de conductas de consumo poco saludables en relación con el alcohol. De igual forma que en otras adicciones a las drogas, la adicción al alcohol se fundamenta en ciclos de abstinencia y recaída.

 

Varios son los factores que juegan un papel relevante en relación con las ganas que van a experimentar las personas con adicción al alcohol, y que les provocará que recaigan en su consumo después de un periodo de abstinencia, estos factores son el entorno y los estímulos. En la investigación se procedió a experimentar con estos factores gracias a ratones a los cuales se les enseñó a asociar un determinado olor con el alcohol y que estos lo buscarán cuando se expusiera a este.

 

Para entender si la experiencia de beber alcohol repetidamente durante la abstinencia, en lugar de solo la duración o la gravedad de la adicción, ayuda a fortalecer las asociaciones aprendidas que conducen a las ansias, los investigadores procedieron a condicionar a los roedores, que no eran dependientes del alcohol, a asociar un olor a anís o naranja con el alcohol. A continuación, un subgrupo de esos animales pasó por ciclos de abstinencia, durante los cuales se les condicionó a asociar un olor diferente con el consumo de alcohol.

 

Según Weiss, "esto nos permitió separar, por primera vez, el aprendizaje que se produce durante el estado original, no dependiente, y el aprendizaje que se produce durante la abstinencia".

 

Los investigadores descubrieron que las señales aprendidas durante la abstinencia eran mucho más fuertes para provocar una reacción en el momento en que se probó a todos los animales para ver hasta dónde llegarían por el alcohol en presencia de un olor condicionado.

 

Esta experiencia, con relación a aprender cómo el alcohol mitiga los síntomas negativos de propio síndrome de abstinencia, era el que generaba los antojos de forma más intensa que la propia experiencia inicial donde se aprendió de los efectos agradables del alcohol.

 

Weiss recalca que, "se suele pensar que la gente bebe porque le hace sentir bien. Pero en las personas que han desarrollado una dependencia, la sensación de 'bienestar' que produce la droga es en realidad una inversión de la sensación de malestar. Cuando esta inversión de la sensación terrible se experimenta repetidamente, entonces las señales ambientales que se asocian a esta experiencia producen un deseo mucho más poderoso que el deseo inicial de 'sentirse bien'".

 

Las ganas de consumir alcohol aumentan después de un periodo de abstinencia

 

Así, en los ratones adiestrados en asociar un olor con el alcohol durante el síndrome de abstinencia, estos eran mucho más persistentes en presencia de ese olor; dentro de un intervalo de 30 minutos, los roedores presionaron una palanca para intentar obtener alcohol el doble de veces que los animales que solo habían sido condicionados durante el consumo temprano de alcohol cuando aún no eran dependientes. Esta insistencia y demanda de alcohol, incluso se mantuvo cuando recibieron una pequeña descarga eléctrica al pulsar la palanca, o cuando la tarea de pulsar la palanca se hizo cada vez más difícil.

 

"Si un alcohólico llega a casa del trabajo y no hay nada en el frigorífico, ¿hasta dónde llegará para conseguir alcohol? ¿Correrá a la tienda de al lado? ¿Y si está nevando y la tienda está a ocho kilómetros de distancia? Lo que vemos es que en las ratas, se esforzarán mucho más por superar los obstáculos y estarán dispuestas a soportar las consecuencias adversas si han sido condicionadas con señales durante la abstinencia", puntualiza Weiss.

 

En este mismo estudio, los investigadores descubrieron que el nuevo condicionamiento en realidad debilitaba las señales más antiguas que se habían aprendido antes de que el ratón se hiciera dependiente del alcohol. Si un roedor asociaba originalmente el alcohol con un aroma de anís, pero más tarde se le hacía dependiente y se le condicionaba a asociar el alcohol con un aroma de naranja mientras bebía durante el síndrome de abstinencia, el aroma de anís dejaba de ser una señal tan fuerte para desencadenar comportamientos de búsqueda de alcohol en comparación con el segundo aroma que se asociaba con el consumo de alcohol durante el síndrome de abstinencia.

 

También se procedió al estudio de la amígdala, la parte del cerebro asociada a la adicción a las drogas y el alcohol en humanos y ratas, para ver cómo cambiaba durante cada experimento de condicionamiento. Descubrieron que se activaban zonas diferentes dependiendo de si las ratas aprendían un olor durante la exposición inicial al alcohol cuando no eran dependientes, o durante la abstinencia después de haberse hecho dependientes.

 

La doctora Hermina Nedelescu concluye que, "identificar cómo se instalan en el cerebro las asociaciones aprendidas entre la droga y el entorno fue para mí la parte realmente emocionante de este trabajo. Una vez que hayamos identificado los circuitos cerebrales responsables de este aprendizaje asociado a la abstinencia, podremos empezar a pensar en cómo dirigirnos a ellos con una terapia".